EL CORAZÓN DE MI CORAZÓN
Pedro entró en el corazón de mi corazón
el día exacto del principio de mis estruendos.
Levemente.
Sin querer importunar a mi amor indefenso.
Sin gritos de guerreros furibundos.
Con su andar de silencio callado.
Me enamoré o me enamoró lentamente.
No notaba la huella que dejaba cada día.
Mi corazón no sentía el asalto insonoro:
le rendía porciones de su territorio
a cambio de esas sonrisas de ángel,
de su humor tan elegante,
de las miradas tan sinceras y seductoras.
Su nombre se hizo asiduo en mi boca,
su presencia en mis sueños,
su ausencia en mi nostalgia
y sus besos en mis labios.
No sé cuándo negocié con el destino
para que juntara nuestros caminos.
No sé cuándo me rendí sin condiciones
para que gobernara mis sentimientos.
No sé en qué momento dejé de ser yo
para pasar a ser la mitad de los dos.
Sí sé
que le buscaba con el pensamiento,
que le tenía instalado en mis ojos,
azuzándome continuamente el amor,
alborotándome a cada instante,
cosquilleando mis sonrisas,
dejándome besos en el alma,
alfombrando mis pasos con corazones
Sé que le amé todo,
que es cuanto se puede amar.
Más adelante llegó el lado turbio del amor,
el precio que hube de pagar a mi pesar,
la eterna enemistad con el futuro
que había dejado de cumplir su promesa,
la rabia contra casi todo;
y estos llantos tan indeseados como dolorosos,
tan continuos como el respirar,
tan cargados de quejas como de miedo.
El regalo de nuestro décimo aniversario
fue tu suicidio.
No me gustó.
Me dejaste,
sin preocuparte ni ayudarme,
al cargo de nuestra hija,
al cargo de tu entierro y mi duelo.
Me habías prometido estar conmigo
hasta que la muerte nos separara,
pero no fue ella quien nos separó:
fuiste tú.