TU AUSENCIA
Estoy junto a la cama vacía.
La que dejaste sola cuando te fuiste con la muerte.
No sé si me duele más
el silencio que te sustituye,
o me duele más que no te vuelva a ver,
o me duele más que no te hayas llevado tu recuerdo
y ahora se me clave en el pensamiento,
con razones,
y en el sentimiento,
con saña.
No sé si insistir en esta tristeza
o buscar otra más liviana que nazca de otro motivo.
Esta tristeza que me deja tu ausencia tan notable,
no se deja sobornar con sonrisas ni cascabeles:
insiste con tenacidad en perpetuarse para siempre,
a me pesar,
con mi pesar.
Otras tristezas quizás fueran más amables,
o tuvieran menos filo, o fueran menos punzantes,
pero esta tristeza que tengo por el veneno de tu ausencia,
herencia de tu muerte repentina,
no deja su lugar a alegrías,
ni deja a otro su puesto de torturador.
Sigo junto a la cama vacía,
la que ya nunca llenarás,
ni acogerá tus lamentos furtivos,
ni será el nido de tus sueños,
ni te acunará por las noches.
Quedan ecos tuyos por la habitación.
Acabo de escuchar una carcajada imitada por su eco,
y un suspiro que se alejaba,
y hace un momento
escuché el final de una oración.
Los pensamientos se engordan de pensar en ti:
abres las puertas del mundo
cuando te recreo en la imaginación.
Pero luego, siempre,
tu ausencia impone su vacío.
Ni la esperanza ni la alegría se atreven a profanarlo.
Y soy yo quien lo sufre.