LAURA
Francisco de Sales
Laura era un mar mudo
que no encontraba en sus naufragios,
ni en sus derivas,
ni en sus rotundos maremotos,
el hilo por el que comenzarse.
Variable, como las crestas de una ola;
irrespetuosa, como las tormentas;
gélida, como la ausencia de cariño,
no contaba entre sus triunfos
con la estabilidad duradera,
sino que era un caos vivo
y la enemiga de su alma.
Así estuvo largo tiempo,
hasta que permitió a la luz
que penetrara por un resquicio,
y al aire proscrito que entrara poco a poco,
y a los ángeles que se instalaran
en las cuatro esquinas de su alma.
Desde entonces,
es otro el clamor de sus ojos,
y otro el brillo de su mirada,
y otra la sonrisa de su boca,
y otro su presente ilusionado.