DOLIDA
Francisco de Sales
Su madre amaneció muerta.
El sol no guardó luto:
brilló con más esplendor que otras veces.
El mundo no se paró,
ni presentó los respetos propicios.
La vida siguió acumulando segundos,
como un avaro insaciable.
Nadie la acompañó en aquel quebranto,
nadie se condolió con ella,
nadie se rasgó el alma.
Dolida,
a merced de su dolor,
rendida a su dolor,
inició una plegaria sin destino,
y envió una maldición con destino desconocido.
A veces,
es envidiable ser el muerto,
pensó.