CINCUENTA Y DOS
A mis cincuenta y dos,
y con un alma sin remediar,
y un futuro desconocido
que no adivina el siguiente paso,
ni el auténtico deseo,
ni el sentido de la vida...
cumpliendo años, de nuevo,
pero otros años más numerosos,
con la cadencia habitual
y casi los mismos sobresaltos...
Otra vez,
a los cincuenta y dos, toca inventario.
Y otra vez,
otra vez,
otra,
lo mismo:
la vida fugándose a pasos agigantados
el insondable vacío de mi vida
el derroche desafortunado de mi vida
mi vida y sus carencias
yo y mi vida: historia de una mala administración
mi vida y yo somos nada
¿quién sabe qué hago con mi vida?
mi vida... ¿De verdad es mía?
Mil títulos deshonoríficos para una misma queja.
La misma.
La de siempre.
Inventario en números rojos
de un exigente impenitente,
algo masoquista,
que parece preferir los reproches a las soluciones.
¿Sigo con este examen de inconsciencia?
¿o mejor me paro, sabedor por adelantado
de que no prosperarán los próximos buenos deseos?
¿o dono en vida mi vida a la voracidad del presente
que casi todo lo convierte en malvado lamentable pasado?
¿o sigo buscando palabras, solo palabras,
poéticamente engarzadas,
con ínfulas de redención y despropósito de enmienda?
¿o me paro a contemplar este instante,
de espaldas a mis reproches,
y me pierdo extasiado en el paseo de una mariposa,
en la contemplación admirativa de una flor,
en redescubrir el sol,
o en respirar,
o en ver y callar?
¿O me prometo solemnemente,
la mano derecha sobre la Biblia,
no abandonarme nunca más,
enmendar lo porvenir,
extraer la esencia de mis sentimientos,
y ser capaz de reinventarme niño,
emocionarme adolescente,
eternizarme como ser vivo?
Hace un año ya auguré
el título de esta poesía,
y su temática.
La hubiera podido escribir entonces,
y sería esta misma.
Ya se adivinaba.
O podría reeditar,
cambiando sólo el título,
la que se llama cincuenta y uno,
la que se llama cincuenta,
la que se llama cuarenta y nueve...
En cada una de ellas expongo la misma queja
y casi con las mismas palabras.
Los mismos arrepentimientos.
Idénticas promesas falsas.
Los mismos reproches.
Idéntica desesperanza.
Mejor no insisto.
A la vista de los resultados anteriores,
y sabedor de mi inconstancia,
sólo me queda vaticinar con tino
el título de la siguiente inútil queja:
“cincuenta y tres”.