SOLTAR LOS FRENOS CON EL VINO
No siempre está mal celebrar las desdichas,
ni acompañar al cuerpo en sus borracheras,
ni anestesiar la nostalgia,
ni salir a las calles cuando llueve vino.
La vida debiera ser un transgredir continuo,
y sería bueno escaparse de la fila de los formales,
llevarse el alma de parranda,
y a la nostalgia, de putas.
Lloverse con vino,
encoloniarse con vino, bautizarse con vino...
zambullirse en un mar de vino...
amar en un lecho de vino...
Exponerse a su deshinibición.
Dejar que lo tapado salga y que los misterios pierdan su velo.
Que la lengua hable a salvo de la censura,
que los ojos se enciendan como faros,
que la risa tartamudee.
Que la importancia cambie de rumbo,
que lo importante se desvalorice,
que no importe lo que importa.
Regresar del vino con el alma purificada,
la melancolía sana y saneada,
el porvenir desamordazado y las luces de la esperanza.
Escaparse de la vida aunque sea sólo un rato,
y volver reído y consecuente,
después de soltar los frenos con el vino.