MIL FORMAS DE LLORAR (y mil motivos para hacerlo)
A veces
la risa
cuando es mucha
y continua
deviene
en lágrimas jocosas
que brotan juguetonas
dulces,
festivas,
de un manantial
incansable
que las alumbra
alegremente.
Otras veces,
en cambio,
en mal cambio,
el dolor
se licúa en lágrimas
pesadas
que hieren
a los lacrimales,
que en un parto vesánico
las nace,
imprudentes,
indeseadas,
agresivas.
En otras ocasiones
se llora de no saber,
de no encontrar,
de creerse centro abusivo
de todos los penares,
de todos los pesares,
de todos los castigos.
Hay ocasiones
que son los recuerdos
quienes lloran
expresando
mansa
o duramente
las emociones
nacidas.
Nacen lloriqueos
infantiles,
lágrimas
sin motivos,
lloros
despechados,
llantos
sin adjetivo
lágrimas
indecisas,
y lloreras
huérfanas
de nombre y apellidos.
Nacen lágrimas
que cantan,
que encantan;
otras buscan una razón
mientras que otras,
más espontáneas,
no necesitan excusas
ni padrinos
para llover
de sus nubes.
Los llantos
desesperados,
desesperanzados,
reclaman la muerte,
y anegan el futuro
convirtiéndolo
en una ciénaga
de indeseado
porvenir.
Los llantos
blandos,
infantiles,
con su música de hipidos
y sus lágrimas minúsculas,
frágiles,
se olvidan enseguida,
porque recorren las mejillas
sin dejar surco.
Los llantos
cruentos,
inconsolables,
hieren
como puñales
el alma
y el corazón.
Los llantos
solidarios
se contagian
de otros llantos.
Los llantos
emotivos
manan del corazón.
Los llantos
festivos
ríen carcajadas
explosivas.
Los llantos
de muerte
son llantos
desgarrados.
Los llantos
de cuando te emocionas
son prudentemente
callados.
Hay tantos llantos
como motivos,
tantos llantos
como emociones,
tantos llantos
como personas.