RECUERDOS DE UNA PLUMA
La primera vez que usé esta pluma
teníamos veinte años menos
de los que acumulamos ahora.
Recuerdo que teníamos el trazo más firme,
letras más rotundas,
escribíamos palabras encarriladas en líneas férreas,
y teníamos más por contar
y menos por repetir.
Recuerdo el rito de la primera carga,
cómo sumergí la punta en la tinta,
como un bautizo de antiguos cristianos,
y con qué esmero sequé el plumín,
y con qué emoción la probé escribiendo mi nombre.
Recuerdo el brillo de su juventud,
ese negro de piano de lujo,
y su piel inmaculada,
la que ahora acoge golpes y rayaduras.
Recuerdo nuestra primera pseudopoesía:
“podría afirmar sin mentir
que te llevo en las venas
etc... etc... etc...
Después dijimos mucho sobre una tal Elena
que jamás existió fuera del folio.
Recuerdo que lo releí muchas veces,
orgullos, engreído;
después encerré la pluma
en su estuche casa cárcel,
y la olvidé hasta que otras palabras
me pidieron que las escribiera.
Y así seguimos.
Ella espera fielmente,
escribe lo que le indico sin cuestionarlo
y espera en mis momentos de espera,
cuando pierdo el hilo
y cuando no me encuentro con las palabras.
Justo después de ese punto que se ve al final
enroscaré la capucha con cuidado,
la dejaré descansar
y leeré esta parrafada
que entre los dos hemos escrito.