NOCHE Y SILUETAS
En la oscuridad,
donde sólo habitan lo negro y las siluetas,
en mi habitación,
donde minutos antes
una escandalera de gemidos tuyos,
y míos,
manaban bravamente,
en el mundo nocturno,
donde los ojos no están cómodos,
allí,
te levantaste,
desnuda como estabas,
desnuda de todo,
y con paso lento y comedido,
comenzaste a alejarte.
La silueta incompleta
que me permitía ver una luz de la calle
mostraba unos hombros dulces,
el cabello alegre,
la cintura resumida
y tus nalgas altivas.
Giraste la cabeza
y te quedaste mirándome,
quizás sin verme,
desde unos ojos en sombra
que se me clavaron en el recuerdo,
donde aún perduran.
Aquella tu desnudez,
más insinuante que esplendorosa,
se inmiscuye en mis sueños,
pastorea en mi pensamiento
y me acapara continuamente.
No volví a verte.
Después de aquella noche no hubo otra.
Volaste.
Pero no puedo evitar cada noche,
cuando me acuesto y apago la luz,
que el fantasma de tu ausencia
se recorte desnudo en silueta,
me mire desde unos ojos en sombra,
y yo muera de ansiedad.