CON LOS OJOS DE NIÑO
Las cuatro horas y diecisiete minutos.
Hace un momento eran dieciséis los minutos.
Poco antes, quince.
Llevo mucho tiempo despierto.
Tú duermes pánfilamente.
He estado pensando
cuántas veces te habré observado
en tantos años que llevamos juntos,
mientras tú eres feliz
allá donde sea que te lleva el sueño.
La primera noche que pasamos juntos
me desperté varias veces
desadormecido por la emoción de tu presencia;
otras veces me ha despabilado
una pesadilla que te robaba de mi lado;
otras, me ha desvelado la alegría
de ser tu esposo
y he sentido necesidad de rezar,
y de dar gracias a quien correspondan.
Ya son cuarenta años de compartir cama,
y vida, y todo,
y sigo multiplicando mi amor
porque tú eres como eres.
Cada día estás más guapa.
Esas arrugas tan bellas enmarcan tus ojos,
destacándolos,
los lunares de tu piel son pícaras pecas,
tus besos se han hecho expertos,
tus caricias, especialistas en estremecerme;
si me dices amor es palabra de rey,
si me dices que me quieres es sentencia firme.
Así que estos despertares
son bien venidos y bien queridos;
me permiten apreciarte sin prisa,
recorrerte sin miedo a ser descubierto,
besarte besos furtivos.
Te quiero,
te amo,
o como se diga en superlativo.
Buenas noches, mi amor,
sigue durmiendo
que yo te cuido
y te cuidaré siempre.