LA MAR Y LOS POETAS
“Acaba de llegar otro poeta” -dijo la mar.
Les reconozco inmediatamente,
nunca me equivoco.
Se sientan junto a mí,
casi en trance,
permiten que unas gotas les salpiquen
y creen que eso les pone en comunión conmigo y en éxtasis;
luego ponen cara de idiotas y de ausentes,
cierran los ojos, y empiezan a inventarme.
Me aplican adjetivos cursis, ilógicos;
me definen según sea su locura y,
sin respeto,
dicen que mis olas "mueren mansas"...
o que "rompen con fiereza"...
o que "besan la playa"...
por juntar dos o tres palabras se creen poetas.
Ellos piensan,
cretinos,
que muero en el horizonte
que soy un espectáculo de circo,
un decorado diseñado por Dios,
o una cenefa para rematar la tierra.
En cambio nadie habla de mis sentimientos,
de mis noches de tormenta (y yo, tan sola)
de mi vientre preñado de naufragios,
de la rabia contenida que no siempre se expresa.
Nadie me da pésames,
esperanzas,
enhorabuenas...
nadie me llama a medianoche,
nadie me acompaña en vela,
nadie me pregunta mi nombre,
ni mis sueños,
ni mis carencias...
“Reniego de vuestras palabras,”
digo a los poetas.
No quiero que escribáis más panfletos ni más mentiras,
ni que derraméis en mí vuestras nostalgias de vosotros,
ni que me hagáis a vuestro antojo, sólo con letras.