ME MECES (MEMECES)
Repetir incansablemente la voz de la Alhambra,
como si una palmera estuviera de parto y callada,
como si el futuro fuera imperfecto pero no le importara
y mis ojos habitaran en el desierto del Sáhara;
así se despiertan las flores por la mañana:
con un regusto a sandía rancia,
sus pétalos añorando el olor de la lavanda,
y el tallo envidiando su talle de antaño;
los moros pelan cebollas mirando a la Meca, tan deseada,
los ojos llorando añorantes y expertos en vacías miradas,
mientras rezan canciones de amor enamoradas,
con final de guerras púnicas o batallas;
un jarrón mira a una guitarra,
quisiera tocar sus cuerdas bien tensadas,
comprobar la lisura de su espalda;
muere de angustia a las tres de la madrugada,
quizás de una indigestión de babas,
o por llorar sin guantes de lana,
o por pedir veneno a los Reyes de España;
En aquella ciudad imperial, egregia y romana,
Con pajarillos en los balcones y en las ventanas,
el final se anuncia al final de un párrafo,
justo tras la última palabra.