Francisco de Sales - Relatos

SIEMPRE SERÉ TU HIJA

Francisco de Sales 

     

Mamá:

 

Últimamente te estoy mandando muchas de estas cartas que tengo que escribir en el pensamiento puesto que no hay otro método para comunicarme contigo, porque, a punto de irte de este mundo, y privada de la consciencia para escuchar y de los ojos de ver y de la mente de comprender, sólo así puedo notificarte lo que sigue. 

Se van a cumplir siete días desde que pensaste, como razón para excusarte ante ti misma por lo que estás haciendo, que ya habías vivido suficiente, y que tu edad te había acercado al momento en que empezarías a ser una carga constante para mí, y en esa bondad de madre y persona que te ha caracterizado siempre, pensaste y decidiste, sin buscar mi opinión como otras veces, que lo mejor que podías hacer por mí era morir para no amargar esta parte de mi vida.

Aquella única y última conversación en la que expusiste tus pensamientos, tan bien estructurados, se me repite constantemente, y no dejan de presentarse al recuerdo ni una sola de las palabras, ni una de las comas, ni tu punto final.

De nada sirvió que me lo tomara al principio como una especie de broma, ni que lo tachara de bobada, anda, mamá, qué tontería estás diciendo, no, hija, que te lo digo en serio, verás como es mejor para las dos y al final acabarás agradeciéndomelo, venga, mamá, hablemos en serio, ¿por qué no me tomas en serio, hija? porque esto no es serio...

Esta nueva carta que estoy pensando ahora es distinta. Lo digo porque hace un momento acabo de tener un presentimiento, ya sabes, una de esas corazonadas que se me presentan de vez en cuando y son certeras, y me ha confirmado que ya estás en tus últimos momentos, y que en cualquier instante llegará el último latido.

Por eso me he metido en la cama contigo.

Por eso te tengo abrazada.

Por eso tiemblo y no te transmito firmeza, sino inquietud.

Quizás en mi negativa a dejarte marchar, creo que si te sujeto con todas mis ganas puedo vencer la fuerza de la muerte, y ya sé que es una tontería, pero la desesperación es, por naturaleza, poco razonadora.

Te tengo en mi abrazo recogida, como tú me tuviste a mí tantísimas veces cuando era pequeña, ¿te acuerdas?, ¿te acuerdas que yo era muy debilucha según me has contado mil veces y siempre estaba malilla, y para sacarme adelante en más de una ocasión tuviste que adivinar con tu intuición de madre lo que no eran capaces de detectar los médicos con todos sus estudios?.

Todos los primeros recuerdos de mi infancia son el mismo: la silueta de tu cara recortada contra diferentes cielos o techos, pero tu sonrisa es siempre la misma, diciéndome sigue viviendo pequeñaja, que te quiero, que entre las dos lo vamos a conseguir, venga, tienes que vivir, y yo, por supuesto, no sabía a qué te estabas refiriendo pero estoy segura que si salí adelante era porque tenía ganas de seguir viendo tu cara y tu sonrisa, y continuar en la seguridad de tus brazos que eran todo mi mundo.

Sólo una vez me quisiste contar lo que yo sospeché cuando ya pude pensar en ello: que cuando me quedaba dormida guardabas la sonrisa y te ponías la mueca triste de la incomprensión, el gesto desconcertado de pedirle cuentas a tu respetado Dios, y ante su negativa tan obstinada a darte una explicación que comprendieras, abrías las compuertas de tus llantos retenidos e inundabas el mundo de tus sentimientos, ya que mi padre te abandonó antes de que yo naciera y no tenías familia ni amigos a quienes solicitar que recogieran los trozos de tu desmoronamiento o te dieran asilo en sus corazones.

Qué valiente fuiste, mamá, y más aún teniendo en cuenta la época en que pasó todo eso, y más aún con tu cultura de andar por casa, con el conocimiento justo para pasar el día, como te gusta decir. Cómo fuiste capaz de sacarme adelante y cuidaste que nunca me faltara nada de lo básico, cómo y cuánto tuviste que trabajar para comprar mis medicinas, a cuánto has renunciado por tu vocación de ser la mejor madre, qué peso para tu cuerpo pequeño, qué noches tan largas, qué dolor tan continuo para tu alma frágil de Ángel...

Y ahora que te veo así, como estás, con los ojos cerrados, la respiración lenta, los latidos del corazón casi quietos, con esa sonrisa tan tenue y tan tranquila que me parece que hasta eres feliz, no lo puedo comprender…

¿Cómo puedes dejarme abandonada sin tu compañía? ¿por qué no has respetado lo que yo quería? lo sabes de sobra, porque te lo he dicho muchas veces, sabes que me apetecía sacarte a pasear todas las tardes, cuidarte, acostarte, devolverte los cuidados que tú me diste tan generosamente, y sabes que quería acunarte en mis brazos, abrazarte como lo hago ahora, pero mientras te pudiera decir al mismo tiempo cuánto te quiero, infinitamente te quiero, porque ahora, aunque abriera la boca para decírtelo y aunque gritara con los gritos que me solicitan mi rabia y mi corazón, no lo vas a escuchar, porque ya no estás aquí aunque esté tu cuerpo; quizás hace un rato que ya has iniciado el camino hacia el Cielo, acompañada... ¿cómo era? ¿cómo era esa poesía que te gustaba tanto? acompañada a su paso de vieja... ¿cómo era?... era... sí, ahora lo recuerdo, acompañada por su Ángel de la Guarda, a su paso lento de vieja, hasta San Pedro, el de las llaves... así era, pero qué desvarío el mío, si aún sigues aquí, o sigue aquí tu cuerpo... mamá, por favor, abre los ojos, déjame una mirada de recuerdo, dime una vez más que me quieres, dame un beso, mamá, por favor, no te vayas, que te quiero y te necesito y no sé si voy a encontrar sentido a seguir sin ti, mamá…

Recuerda que cuando era pequeña te pedí que no me abandonaras nunca y tú me lo prometiste, y ya sé que lo has cumplido hasta ahora, pero en esta desesperación no admito como motivo suficiente el que te estés muriendo, te estás muriendo porque quieres, porque así como has pasado por la vida de puntillas, sin hacer ruido, sin hacerte notar, para no despertar a los diablillos de la envidia, así quieres marcharte, con la misma discreción y los deberes hechos, pero esta no es una decisión que puedas tomar tú sola, no seas así, piensa en mí con mi pensamiento, piensa en mi desamparo sin ti, piensa qué voy a hacer con todo el amor que tengo para ti, piensa qué va a hacer el mundo cuando le faltes... ¿te acuerdas que de pequeña te decía que eras la Reina del Mundo y tú me decías que yo era la Princesa? lo he recordado muchas veces y con tanto cariño... la verdad es que te has preocupado tanto de crear momentos mágicos para mí que mi vida es una vida sencilla pero hecha a base de encantos, mi vida es simple pero llena de fascinación, lo fantástico en mi infancia era casi cotidiano por tu esmero en darme una vida maravillosa; hay tantos momentos en los que me he sentido especial que tengo a rebosar el almacén de los recuerdos, y el corazón lleno de tu amor, y sé que no te vas a borrar nunca: ni el viento ni el tiempo van a apagar esta llama que eres tú dentro de mí, pero... no quiero que te vayas, no quiero comprenderte porque mi egoísmo es más fuerte que mi comprensión.

Si pienso en tus razones me parecen lo que son: tu último acto de generosidad, tanto me amas que no quieres ser una carga para mí, pero mamá, bendita carga, tú nunca te quejaste por mí y yo nunca lo haría por ti, mamá, déjame cuidarte, quédate conmigo un poco más, por favor, mamá, un poco más para que me haga a la idea, para que me mentalice y me vaya despidiendo poco a poco de ti... tengamos las últimas conversaciones sin prisa, los últimos paseos por todo lo que haya sido el marco de nuestra vida en común, para que te despidas a mi lado del sol y de la luna, de los caminos que recorrimos juntas, para que termine de creerme que a ti también te llega tu final, para que me dé tiempo a recolectar donde pueda fuerza para seguir sin ti y pueda conseguir el bálsamo de la comprensión, la paz de la aceptación, la protección de lo divino, y derrame en soledad las lágrimas que no quiero llorar delante de ti, ya que más bien me gustaría despedirte agitando el pañuelo y la sonrisa, como se despide a los seres queridos que emprenden un viaje, más quisiera dejarte partir con mis bendiciones, preparar un camino alfombrado de corazones y entregarte una carta confidencial para Dios, tus credenciales como Embajadora del Reino del Amor, para que te traten como te mereces, pero no puedo, ya ves, me debato entre la avaricia de ti y dejarte partir como tú quisieras: con mi beneplácito y sin las cuerdas que insisten en mantenerte atrapada, mamá, ya ves, otra vez estoy confundida, soy de nuevo aquella niña pequeña desconcertada que recurría a ti para que me salvases, y a pesar de que me has enseñado a valerme por mí misma, en este momento renuncio a ser adulta y me refugio en la cabezonería de negar la realidad con la insensata esperanza de que el mundo sea como yo quiero, y ahora... ahora tengo que calmarme... ahora... entre tanto caos asoma una luz prudente que me sugiere dulcemente que no obstaculice tu decisión con mi egoísta apetencia, y que sea respetuosa con tu decisión, que no comparto, pero algo dentro de mí me ruega que deje esta terquedad y que me ponga de tu lado, que abra mi corazón, que te diga las palabras que quieres escuchar, que deshaga este abrazo que más que cuidarte te ahoga, que bese tu mano y te dedique una oración... algo dentro de mí me pide que enjugue mis lágrimas, que arregle tu cabello, que llene la casa de velas encendidas, que ponga sobre la mesilla las Santas de tu devoción, que convoque una fiesta en el Cielo para tu recepción y que extienda invitaciones de primera fila a nombre de tus padres, que te amaron todo lo que se puede amar, de la tía Julia que fue tu segunda madre, y de tu hermano Rafael, que te aventajan en este camino que en breve emprenderás y ya son expertos conocedores del sitio a donde te diriges con la paz de tu fe, acompañada por el coro de almas a las que rezaste sin olvido, así que te liberaré del abrazo, me levantaré, me pondré una sonrisa verdadera, un brillo de llanto y felicidad en los ojos, velas y aromas, y la música que me solicitaste para cuando llegara este momento... seguramente no podré retener a todas las lágrimas que querrán despedirse de ti cuando sienta el suspiro último, cuando vea entrar por la ventana las lucecitas blancas que alumbrarán tu camino, o ese Ángel de la Guarda especial que pedías, el que te acompañe a paso de vieja hasta San Pedro, el de las llaves, así que no te entretengas en ayudarme a recoger mis lágrimas y vete con el corazón rebosante de cariño y el alma en paz, con la satisfacción del deber cumplido y la bendición de cuantos te conocimos y disfrutamos.

Yo pondré mis labios sobre los tuyos y soñaré que me has besado.