REALIDADES FUNESTAS
Francisco de Sales
Reservé para la alegría
un lugar lóbrego,
quizás un poco alejado de la boca,
sin acceso directo al corazón
ni opción de asomarse a las miradas.
Conseguí una alegría insignificante,
de segunda mano,
que perteneció a un enterrador de ánimos
que fue diligente en su oficio.
Es una alegría amarga,
que chirría en los labios
donde se siente extraña.
Es una alegría seca, seria,
que no tiene interés en comunicarse,
ni crecer, ni conocer otras alegrías.
Es una alegría doliente
y yo la sufro.