Francisco de Sales - Relatos

NO ME GUSTAN LOS HOSPITALES

Francisco de Sales 

     

No me gustan los hospitales.

        Nunca me han gustado.

        De niño tuve que estar ingresado durante tres meses porque una operación sin complicaciones se complicó, y acabé harto del ajetreo de enfermeras encrespadas intentando con el apoyo de su caridad cristiana una sonrisa casi beatífica falsa como los diamantes que venden en el mercadillo, y harto de los médicos cuya gran aspiración era que se acabase el turno lo antes posible y sin incidencias, y harto del trajín de familiares que venían a visitar a los hospitalizados; harto de los gritos histéricos de las tías primerizas y de las zalamerías abominables de las abuelas cluecas del niño más guapo del mundo, y harto de los llantos inconsolables de los que recibían la noticia penosa del fallecimiento de un ser querido.

        Por esto es por lo que no me gustan.

        Esta mañana he tenido que acudir para visitar a la madre de mi esposa, a la que acaban de operar de una apendicitis tardía y rebelde, como toda ella, y he tenido que hacer el esfuerzo de ponerme el traje, la sonrisa, comprar una ramo de flores por expreso mandato de su hija, y hacerle compañía durante toda la mañana ya que no había otro bufón que la distrajera ni otro guardián que la cuidara.

        No la quiero mucho.

        Mejor dicho: no la quiero.

        Me ha tocado en desgracia la típica suegra de los chistes hirientes, la que gana en todos los concursos de suegras malas, la que ostenta el terrorífico honor de ser ejemplo de lo que no debe ser una suegra.

        Esta mujeruca, pequeña como un bicho, me amarga todo lo que puede. Me está cobrando muy cara su hija.

A veces, bromeando y haciendo de tripas corazón al mismo tiempo, le digo que su hija vino voluntariamente conmigo, que no se la he robado, que no me siga martirizando y que guarde sus ansias de venganza para el mal día que las tenga que usar realmente, aunque no sé por qué creo que nunca se le va a terminar la mala leche, la mala bilis, la mala cara, la mala intención...

        El caso es que yo soy un buen yerno. Cuido a su hija y he colaborado en que tenga dos nietas encantadoras, de las que disfruta sin censura; me acuerdo de su cumpleaños y le entrego espléndidos regalos; el día de su santo (¿no se debería decir de su santa?) siempre le envío un ramo de flores en el que no pongo el veneno que me gustaría poner.

        Este diabólico ser, dechado de maldades, muestrario de perversidades, reina bruja de malicias, ahora está postrada, como un pajarito, insignificante, callada, con los ojos cerrados, y su quietud me apena, y su indefensión me ablanda.

        Si ella fuera capaz de captar mi interés afectuoso y fuera capaz de recibir mis buenos deseos y el cariño que le envío a través de los pensamientos, alados mensajeros, y eso consiguiera horadar su corazón de acero, y si permitiera dejarse embaucar por los aromas del amor y bajar su guardia inexpugnable, su barrera infranqueable, sería otro el gesto que usa, y otra su alegría amarga, y otro el presente y otro el futuro.

        Esta oración, esperanzada a pesar de no tener motivos para estarlo, es un mensaje de mi corazón a su corazón, un mensaje personal, directo, con el mejor deseo de contagiarle, de hacerle ver la faceta linda de la vida, de convencerle que la vida con sonrisas es más festiva, las relaciones más enriquecedoras, el ahora más amplio, vivir más hermoso, y amar... es posible.

        Donde quiera que estés ahora me gustaría que pudieras sintonizar este mensaje insonoro, este pensamiento con aspiraciones a entrar en tus aposentos internos, en tu corazón, en cada una de tus fibras, en cada uno de los recovecos de tus sentimientos, para teñirlos de rosa esperanza, de verde alegría, de azul vida, de blanco alma.

        Te quiero, aunque te sueñe extraño, aunque te parezca imposible, aunque no lo quieras.

        Deseo que te mejores y te despiertes pronto con una sonrisa perpetua instalada, y que te permitas expresar el amor, para que todos los que te conocemos gocemos de tan magnífico premio.

        Deseo que nos hagas la vida más fácil.

        Amén.

        P.D.- No me gustan los hospitales y no quiero estar en ellos, así que cuando son inevitables, me distraigo con estos pensamientos y estas cartas imaginarias.